En su edición del martes 4 de diciembre, el diario sensacionalista New York Post reprodujo en su tapa la inminente muerte del ciudadano Ki Suk Han, arrollado por un subte de Queens en la céntrica estación de Times Square, en Manhattan.
Empujado por un mendigo furioso, Han, de 58 años, cayó a las vías y, obnubilado por los focos de la locomotora, caminó hasta el borde del andén. Aunque según el fotógrafo Han estuvo muy cerca de subir, fue embestido y fotografiado por R. Umar Abbasi, freelancer del diario, que se encontraba allí por azar. La tragedia de Han despliega diversas cuestiones éticas propias del fotoperiodismo pero que alcanzan a todos los habitantes urbanos, bajo esa vasta cúpula tecnológica que hoy nos contiene a todos. El dilema de Abbasi (tirar la cámara y socorrer a Han) se expandió en las redes sociales multiplicando juicios e insultos. Todo el día los posteos condenaron a Abbasi, mientras otros reflexionaban sobre la necesidad de ir armado para protegerse de los agresores. Abbasi se defendió con el argumento de que la foto fue accidental: él corría en su ayuda y quiso alertar al maquinista con el flash.
Pero hay más por conocer. Un mendigo, negro y con superioridad física juvenil (hay un sospechoso detenido); un maquinista, una víctima asiática y un fotoperiodista flexibilizado –y a juzgar por su apellido, un inmigrante– confluyen en la tragedia. Sin embargo, los titulares destacan la inmediatez del desenlace, cuya “levedad” morbosa la convierte en “incidente”.
Para dar un juicio cabal, habría que cronometrar el hecho, lo cual la foto da la falsa ilusión de recrear. Ignoramos el dato clave, la velocidad del tren. Todo se jugó para Han en el tiempo vertiginoso de los reflejos, en tres errores de cálculo. ¿Cuánto tardó el maquinista en advertirlo y accionar el freno? ¿Por qué Han no corrió a las vías paralelas? ¿El fotógrafo suprimió el reflejo altruista, que nuestra sociedad desalienta, al sobreestimar los honorarios por su captura? Quizá pensó en las palabras “testigo”, “chino sucio” o “suerte”. ¿O fue que calculó correctamente que tendría que tirar la cámara y perderla y aún así no llegaría a salvarlo, y quizá la succión del tren se los tragaría a los dos? El impulso de un fotógrafo ante una sorpresa suele ser registrarla, no impedirla: no es altruista pero suele ser así entre los corresponsales de guerra, entre los artistas de la catástrofe. Y más allá de todos ellos, todavía queda un quinto factor después del hecho, un dios fuera del engranaje, el editor que espera y poco después, alimenta nuestro creciente gusto por oler al menos un poco de sangre. El escritor Don DeLillo, nacido y criado en el Bronx, alguna vez observó que la tecnología nos vuelve niños. Esto supone no solo que ya somos sus juguetes sino, además, que nuestra percepción y subjetividad han sido modificadas: lo real es cada vez más distante.
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