En las calles de la Ciudad sólo quedan 1.410 cabinas con teléfonos públicos
y desde las telefónicas indican que se utiliza con frecuencia no más
del 5%.
Por el momento el destino de estas cabinas es incierto: a las
empresas les resulta más costoso hacerse cargo que abandonarlas
y, si bien el Gobierno porteño retira y acumula las que están
vandalizadas o no funcionan, no tiene el poder de disponer de sus
restos.
El punto de partida es obvio: en poco más de tres décadas
cambió por completo la manera de establecer comunicaciones. De las
viejas burbujas de Entel que explotaron a principios de los 80 (cuando
solo una de cada tres casas de familia tenía línea telefónica) a las
torres alargadas con predominio de grises y azules de las empresas
privatizadas. En el medio, la proliferación y el declive de los locutorios. Y, claro, la explosión de los dispositivos móviles: en la actualidad se estima que en el país hay un celular y medio por persona.
“La
Ciudad cuenta con una cantidad de cabinas telefónicas que fueron
instaladas antes del crecimiento de la telefonía celular. En su mayoría
se encuentran vandalizadas o son utilizadas para la pegatina ilegal. En
ese estado de abandono y desuso generan un perjuicio para los vecinos
”, explica Patricio Di Stéfano, subsecretario de Uso del Espacio
Público porteño.
Vale decir que, en 2004, en las calles de la Ciudad
había 10 mil teléfonos públicos. En 2009 la cifra se redujo a 4.800 y en
2012 eran alrededor de 2.400. El año pasado se desmantelaron 820 y en
lo que va de 2014 unas 170.
“La telefonía móvil es el medio de
comunicación más elegido actualmente. Este comportamiento se evidencia
en el uso que se registra en el parque de teléfonos públicos instalados.
Los que se encuentran en la vía pública tienen un índice de uso casi nulo
y por otra parte son objeto de vandalización indiscriminada. Cada vez
más, los comerciantes o vecinos se oponen a su existencia. Solo es
utilizado con frecuencia un 3% de los teléfonos públicos, que son
mayormente los que están en sitios cerrados como terminales de
ómnibus y trenes, hospitales, shoppings, aeropuertos y dependencias de
gobierno”, confirman fuentes de Telecom.
Formalmente, se trata de
una situación heredada de los tiempos en que Buenos Aires no era
autónoma y no existe regulación específica. “Como el resto de los
servicios públicos, pueden colocarse con un permiso de uso de Espacio
Público y deben mantenerse en condiciones de higiene y seguridad de modo
que no constituyan un riesgo para las personas”, explican en esa
dependencia.
Si bien son propiedad de las empresas, la falta de
uso hace que tampoco se cumpla con el mantenimiento. Los teléfonos no
funcionan, las cabinas acumulan suciedad y los techos y vidrios rotos (o
los cables pelados) se vuelven riesgosos para la gente. El Gobierno
porteño retira de la vía pública aquellos que están inutilizados
apelando a la Ley 4013, que establece que el Ministerio de Ambiente y
Espacio Público debe “proteger, mejorar y mantener el Espacio Público”.
Tanto la avenidas San Juan y Rivadavia, por ejemplo, ya están totalmente despejadas.
“Se
las guarda por un tiempo y las empresas pueden retirarlas del depósito
de la Ciudad, pero por ahora no han mostrado interés en hacerlo ya que
argumentan que el valor del traslado es superior al valor de las cabinas
”, responden desde el Ministerio. En algunos casos los teléfonos
todavía tenían monedas adentro, que tampoco están siendo reclamadas.
En
este punto aparece otro problema que sigue creciendo en la Ciudad: la
falta de circuitos que permitan reciclar y recuperar lo que
habitualmente se conoce como “basura electrónica”. “Hay desarmaderos y
centros de acopio. Y se reciclan materiales como chapa, cobre, hierro,
cartón y papel. Pero otros elementos como las placas de los teléfonos no
se reciclan acá, se mandan al exterior, a veces la placa entera y otras
en forma de molienda. Los costos del proceso y la logística son
importantes. ¿Qué se obtiene de ahí? Por ejemplo oro y plata, es lo que se llama minería urbana ”, explica Juan Martín Ravettini, al frente de quereciclo, dedicados al reciclado de informática y electrónica.
La
otra fase del “recupero” tiene que ver con los coleccionistas. Pero las
columnas grisáceas no lucen como las viejas burbujas naranjas o las
cabinas rojas (a la inglesa, sí) que decoran Plaza Francia.
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